YO VENGO DE TODAS PARTES – Tiziana Roma

“¿Y tú, de quién eres hija?”.

Como se me pegan muy rápido los acentos, cada vez que voy a Mérida a visitar a mis queridos parientes políticos y empiezo a hablar “aporreado”, no falta quien me formule esa pregunta. Y ya que me la han hecho muchas veces en el vecino estado, pues sé que mi respuesta no dejará satisfecho al entrevistador: De Umberto Roma, contesto, italiano; y Adela Barrera, regiomontana. Nací en Bruselas, Bélgica y llegué a vivir a los tres años a México y a los nueve a Cancún. ¡Ah!, contestan casi siempre con un dejo que se me antoja discriminatorio: Entonces no eres yucateca. Nop. Aunque quisiera, no soy, ni seré yucateca, por más que haya vivido en la península casi toda mi vida, por más que ame Mérida, por más que me identifique con muchas de sus costumbres.

Supongo que lo mismo aplicará para ciudades con arraigo y apellidos de abolengo. Lo digo sin burla. Con mucho respeto. Lugares donde las familias se han ganado (cabalmente o no) la fama de su nombre. Donde mentar a uno, dos o tres parientes le da a los propios la potestad de determinar del ajeno tanto su posición social como el derecho al gentilicio.

cancun

En nuestro municipio contamos con el reglamento llamado Bando de Buen Gobierno y Policía el cual, de entre sus 599 artículos, dedica doce a lo que describe como “De los habitantes, residentes, visitantes o transeúntes”, y enumera las condiciones bajo las cuales uno pasa de ser mero habitante a vecino del municipio. Esto último, según dice el texto, lo otorga “el haberse establecido de manera fija en su territorio y que mantengan casa en el mismo, en la que habiten de manera ininterrumpida y permanente, y se encuentren inscritos en el padrón del Instituto Federal Electoral en el Municipio”. No vi por ningún lado que se establezca un tiempo de residencia mínimo.

Seré sincera: nunca he hecho el trámite, y estoy segura que usted tampoco. Pero no vamos a ponernos estrictos, y menos en cuestiones de sentido de pertenencia. Aquí lo que nos ocupa es con cuál gentilicio nos quedamos, si la mayoría venimos de tantos lados.


Volvamos al inicio. La respuesta a mi interlocutor lo deja insatisfecho, pero a mí se me llena el corazón cuando digo “soy cancunense” (si le quiere usted agregar el slogan radiofónico, hágalo, que aquí no estamos para anuncios). Y es cuando empieza mi discurso, pues la gente que sabe un poco, calcula que a mis 47 años no pude haber nacido en este paraíso fundado como Ciudad Integralmente Planeada hace 40. Así que ¿cómo es que soy cancunense?

Eso es algo que yo tomo de Cancún. Y viceversa. Quizá se piense que por haber llegado hace tantos años uno tiene con ese privilegio. Más bien, es un regalo que acepto, pues la ciudad no condiciona, para adoptar el gentilicio, ni mi procedencia ni mi tiempo de arraigo. Hay cancuneses que acaban de llegar. Otros tienen años aquí y nunca han adoptado el lugar como propio, y por eso son eternamente ajenos al pulso de esta ciudad.

También, y esto es uno de los elementos más representativos de nuestra riqueza multicultural, puede mezclarse el origen con la nueva identidad para dar lugar a híbridos fascinantes como varios que conozco: oaxacancunense; ítalocancunense, yucancunense. Resumiendo cuentas, uno es cancunense cuando quiere y porque quiere.

Con esto en mente, ¿qué ciudad hay tan generosa en su abrazo que puede incluir a tantas naciones, a tantas etnias, y brindarles un gentilicio que de ya se antoja nuevo, fresco e invitante? No en balde el verso del apóstol de la Independencia de Cuba, José Martí, grabado en el monumento que honra su obra, proclama el andar de todas y todos los avecindados en Cancún:

“Yo vengo de todas partes / Y hacia todas partes voy”. (José Martí).

Tiziana Roma

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